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La pandemia llegó acompañada de transiciones importantes, pero la más notable fue en el incremento de uso de los medios digitales para seguir interactuando. Sorprendentemente, quienes resultaron más afectados fueron los adolescentes, pues aunque ellos ya estaban inmersos en las redes sociales, les hacen falta todas aquellas actividades que complementaban su mundo virtual: convivencia física, actividades lúdicas y deportivas, relaciones de pareja, etc.

Las medidas que se fueron implementando para reducir el contagio del coronavirus estuvieron meramente enfocadas al aislamiento, modificando inmediatamente sus hábitos sociales e incrementando sus vulnerabilidades en cuanto a salud mental, así como en sus relaciones familiares. Un estudio de UNICEF (2020), reflejó que el 27% de los adolescentes presentaban ansiedad y el 15% depresión, situaciones que han sido resultado de la cuarentena. Este mismo estudio indicó que el 46% sentían menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaban y el 73% expresó su necesidad de pedir ayuda en algún punto del encierro.

Esto se traduce en adolescentes más tristes o irritables, pues han experimentado sentimientos de soledad y dificultades para encontrarle sentido a su vida, afectando directamente su desarrollo emocional y social, viviendo más aislados de lo que incluso ya se encontraban, característica natural de la adolescencia.

Aunque existe un notable estancamiento en el rendimiento académico debido a que el aprendizaje no es el mismo en las clases virtuales, las autoridades parecen no darse cuenta del grave problema, pues aunque de por sí, ya es cansado estar frente a la computadora en la clase, los estudiantes todavía tienen que realizar la carga de tareas que dejan para trabajar fuera del horario escolar. Además de su productividad, existe un retraso en el desarrollo de habilidades socioemocionales en niñas, niños y adolescentes, afectando su crecimiento y la formación de su personalidad.

Algunas de las consecuencias más notables han sido:

  • Síntomas de depresión: el aislamiento obligatorio incrementa la falta de interés por las actividades habituales o por aprender nuevas.
  • Temor a convivir en grupos o salir a la calle: los protocolos de higiene y seguridad necesarios, incrementan la ansiedad al salir a la calle y el miedo a poderse infectar, y por consecuencia, los miedos bajan la autoestima.
  • Sentimientos de incomprensión: no poder comunicarse físicamente con sus amigos favorece que las emociones sean más intensas y su reacción ante cualquier situación sea más exagerada o intranquila.

Por otro lado, la actividad física también es parte importante en dicho crecimiento. El deporte incluye todo aquello que requiere de movimiento y esfuerzo, y según cifras de la OMS (2020), podríamos prevenir 5 millones de muertes al año con un mayor nivel de actividad física de la población mundial, pues la inactividad/sedentarismo es el cuarto factor de riesgo de mortalidad y sobresalen tendencias al sobrepeso y la obesidad. Practicar algún deporte, no sólo mejora la salud física, sino también la salud mental, reduciendo síntomas de depresión, estrés o ansiedad, además de ofrecer resultados cognitivos como un mejor desempeño académico y funciones ejecutables, mejorando la calidad de vida y el bienestar de las personas.

El aislamiento es un gran desafío tanto para los menores como para los adultos. Necesitamos empezar a aprovechar asertivamente este tiempo en familia para establecer una comunicación positiva y fluida entre todos, ayudar a otros y expresar nuestras necesidades y sólo así, podremos mejorar la conducta, el comportamiento y la capacidad de enfrentarnos ante los problemas.

Fundación en Movimiento continúa promoviendo las inscripciones a su 1era. Carrera Virtual Contra el Ciberbullying, en la que el Mtro. Rigoberto Vargas es embajador ¡conoce su participación activa en las comunidades educativas!

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