Artículos

bull354

Pienso que ser madre es, para la mayoría de las mujeres, la bendición más grande que el cielo nos puede otorgar. En mi caso, considero que es un privilegio maravilloso que Dios me ha obsequiado y la fe absoluta que mi esposo me encomendó.

Un buen día... frío por la temporada invernal, pero caluroso por la intensidad de sentimientos y emociones que sentía mi corazón en ese momento, acudo al médico y éste me confirma que tengo cinco semanas de embarazo. Todas las emociones oscilan una a una dentro de mi ser, a pesar de haber recibido tan maravillosa noticia, el amor y el miedo se instalan en mi corazón. Siento amor por ese bello ser que crece en mi útero, y miedo porque no sé cómo reaccionará mi madre al saber la noticia.

Con mi madre, todo sucede como yo lo esperaba. Eso no cambia lo que siento por mi bebé. A partir de ese momento, el derecho por su vida se vuelve mi estandarte, prefiero perder todo lo que tengo, que quitársela.

Los días pasan uno a uno y esta relación cómplice entre mi bebé y yo, se afianza cada vez más. Siento sus pequeños movimientos cuando estoy alegre y me entristece su letargo cuando lloro mucho.

Escuchar sus latidos en donde el médico, se convierte en música para mis oídos, fortaleza para mi corazón y esperanza por un gran futuro.

Durante un tiempo, todo transcurre según lo esperado, hasta que una noche lluviosa del mes de julio, entre truenos y relámpagos, una angustia me despierta con el corazón muy agitado. Siento que no todo está bien. Decido ir al médico y él confirma mis sospechas.

Después de ciertos exámenes, me informan que tengo una enfermedad que pone en riesgo nuestras vidas. Escucho todas las posibles situaciones que se pueden presentar y decido que quien debe vivir es mi bebé, aunque la decisión final la tiene Dios. Me someten a cirugía, los dos sobrevivimos, cada uno desde su cama del hospital lucha por mantener la vida.

Después de muchos días difíciles, batallas entre la vida y la muerte, ambos nos vamos recuperando, ¡por fin lo conoceré! Han pasado 34 días y no le conozco, solo sé que es un varón muy pequeño, debido a que nació a las 31 semanas, que su peso fue de 1,610 kg., y que su cuerpo aún está en formación. Los doctores me comentan esta y otras situaciones para que no me impresione al verlo.
Al verlo dentro de su incubadora mi corazón late muy fuerte, ahí está mi pequeño guerrero, aferrándose a la vida con valentía. Lo abrazo con mucha ternura y él me corresponde apretando con fuerza su mano contra la mía. Pasan unas semanas y nos vamos a casa, aquí inician los años maravillosos, los años de complicidad, los años de aprendizaje para ambos.

Al ser un bebé prematuro queda con secuelas, lo que implica que no se desarrolla como los demás niños, siempre va detrás de la curva del desarrollo de los niños “normales“. Aunado a esto, la prognosis de los médicos me aterra, sin embargo, me impulsa a buscar más opiniones médicas, terapéuticas y alternativas. Mi fe desmesurada me lleva a los lugares más increíbles, donde existen niños con diferentes discapacidades, me sumerjo en un mundo donde “cada pasito” o una “pequeña palabrita” son el milagro del día, un mundo maravilloso donde nuestros pequeños angelitos son alcanzados por la mano de un Dios poderoso y amoroso.

Siendo paciente, constante y perseverante, puedo observar los cambios físicos positivos que mi niño va adquiriendo cada día, los cuales alegran mi alma y me motivan para continuar con el siguiente objetivo. Trato de vivir un día a la vez, para que el hastío y la desesperanza no se alberguen en mi corazón, llorando cuando es necesario para dejar fluir las emociones, sonriendo cada amanecer para fortalecerme, escuchando sin oír los comentarios negativos o la poca fe que manifiestan otras personas.

Así, día a día, un pie plano se vuelve curvo, caer un peldaño de la escalera sirve para subir dos, decir “calo lojo” provoca una sonrisa y llorar por amarrar las agujetas son los acontecimientos más importantes de mi existencia, que se fortalece con la sonrisa y el aplauso de sus pequeños logros.

Hoy puedo decir, que tener un hijo “diferente“ es sinónimo de bendición, porque no hay experiencia de vida más gratificante y mejor aprendizaje, que ver como un hijo va evolucionando y alcanzado cada uno de sus objetivos y ver que soy una mujer bendecida con el privilegio de dar vida.

Creative Commons

ccommons

Twitter